LA ESPADA DE DAMOCLES
“Para aquel que ve una espada desenvainada sobre su impía cabeza, los festines de Sicilia, con su refinamiento, no tendrán dulce sabor, y el canto de los pájaros, y los acordes de la cítara, no le devolverán el sueño, el dulce sueño que no desdeña las humildes viviendas de los campesinos ni una umbrosa ribera ni las enramadas de Tempe acariciada por los céfiros”. Horacio, Odas III, 1
La democracia, ese cultivo extraño que nos heredaron los griegos, entendida como una forma de gobierno que debe ser impuesta a toda costa por lo benéfico de sus frutos.
A veces ha de tornarse amarga como ocurrió a lo largo de la historia moderna con la hegemonía de los Estados Unidos, el mayor exportador de democracia en los últimos 200 años.
Llevaron democracia a lugares tan apartados y disímbolos unos de otros como Granada, Panamá, Libia, Corea, Irak, Vietnam, Siria, Cuba, Alemania o Filipinas.
Pero esa democracia se fertilizaba de los recursos naturales de los países libertados al capitalismo.
El mayor fertilizante de la democracia yankee ha sido el petróleo, seguido del oro, la plata, el litio y recursos no renovables como el agua.
Tras los acuerdos de Breton Woods al finalizar la segunda Guerra Mundial, el gobierno estadounidense supo hacer valer su estatus de superpotencia industrial, tecnológica y, sobre todo, militar.
Sólo la Unión Soviética, hoy Rusia, pudo ser rival durante décadas al expansionismo de los Estados Unidos que trataba a los países del orbe como patio trasero.
Ni siquiera las potencias europeas fueron rivales. Sometidas por la OTAN, se diluyeron lastimosamente en la supeditación al Tío Sam.
Tenazmente los Estados Unidos construyeron las instituciones que le dieron respaldo en el concierto internacional.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) se edificó en suelo gringo, donde se creía al igual que en el tercer reich que nunca sería invadido por nación amiga o enemiga.
La Organización de los Estados Americanos (OEA), que serviría en el papel para respaldar la soberanía de los países del continente, se localiza en Washington D.C.
La misma OEA que ha satanizado las elecciones “fraudulentas” en Venezuela y Bolivia, y que hizo alarde de mutismo ante las proclamas de fraude del aún presidente de los Estados Unidos, el mediático Donald Trump.
No obstante, la mayor institución sobre la que se sostiene le hegemonía del vecino del norte son sus fuerzas armadas.
El poderoso ejército de los Estados Unidos, esas palomas blancas de la paz que llevan democracia en portaviones, tanques Abrams, F-22 y drones capaces de acertar una bomba teledirigida en el ojo de un camello, tiene un presupuesto anual de mas de 750 mil millones de dólares.
Y a pesar de toda la capacidad de ataque y combate en las guerras desatadas en todo el mundo donde han demostrado el enorme músculo en armamento y efectivos militares, un grupo de seguidores del presidente Trump pusieron en jaque la capital estadounidense.
Ni dos horas les tomó ingresar y tomar el control del capitolio, la sede de los poderes legislativos gringos.
A la voz de fraude y demandando revertir el resultado de las elecciones recientes donde resultara triunfante el demócrata Joe Biden, hicieron desalojar a todos los congresistas y senadores.
Una imagen que permanecerá en la historia ignominiosa de los Estados Unidos, que en un instante marcó la caída de su renombre ante los países del mundo.
Hablar de democracia en Estados Unidos después de Donald Trump y su bochornoso paso por la Casa Blanca, será un asunto muy delicado, con un prestigio hecho trizas por sus propios ciudadanos.
Y es que 70 millones de estadounidense creyeron y creen a pies juntillas todo lo que declara el presidente Trump, un remedo de autócrata de un país bananero cualquiera.
The Banana Republic se convierte en el nuevo sello de un país que hostigó a otras naciones a las que consideraba cuasi salvajes.
Estos hechos sólo abren paso al poderío de China en la escena internacional, seguido no tan lejos por Rusia y la Unión Europea.
La caída del gigante anglosajón significará un colapso para el mundo, donde pocos se han preparado para ello.
China y Rusia han dejado de acumular reservas en dólares y ya mantienen un flujo comercial entre ellos y otras naciones en divisas propias.
“Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, fue una clara premonición del intelectual regiomontano Nemesio García Naranjo.
Cuando los Estados Unidos empiecen a perder su poderío en el mundo, lamentaremos nuestra dependencia económica del gran capitalista.
Por Erasmo Fernández Román