La ultraderecha global ha logrado en las últimas décadas abandonar la marginalidad y situarse al centro de la conversación política.

Pero su ascenso no es casual, sino que es el resultado de una maquinaria de desinformación digital, la cual privilegia las emociones sobre los hechos y se ha construido cuidadosamente aprovechando las características de internet.
No obstante, la relación de la ultraderecha con los medios de comunicación no es nueva, los regímenes fascistas del siglo XX fueron los arquitectos de la propaganda moderna.
Mussolini centralizó la prensa italiana, silenciando cualquier disidencia; Goebbels, en la Alemania nazi, diseñó campañas de intoxicación masivas.
Así se fabrica la mentira en la era digital
La lección estaba aprendida: quien controla la narrativa, controla la realidad.
Pero, con la llegada de internet, la estrategia de la ultraderecha encontró un medio ideal y se reinventó.
Pioneros del odio como Louis Beam trasladaron sus panfletos racistas a las primitivas redes BBS de los años 80, este fue un descubrimiento revolucionario, la tecnología permitía reclutar simpatizantes más allá del espacio físico, protegidos por el anonimato.
Esta mancuerna del odio y el mundo digital alcanzó un nuevo punto en 1995 con Stormfront, el primer portal de odio multilingüe, que dio pie a una comunidad global de supremacistas.

Sin embargo, el salto cualitativo llegó con plataformas como 4chan, aquí la ultraderecha aprendió a adoptar la estética y estrategias de la cultura de internet (memes, humor irónico, troleo).
En este proceso, personajes como Pepe the Frog fueron apropiados y convertidos en símbolos de una nueva derecha radical.
Gracias a esta adaptación, la cultura del “shitposting” saturó la conversación pública con absurdos e insultos, normalizando un lenguaje cada vez más violento.
Pero no fue hasta la campaña de Donald Trump en 2016 que el ecosistema de la ultraderecha encontró su catalizador, aquí no sólo usaron las estrategias recién aprendidas en internet, sino que también se valieron del modelo económico de internet basado en datos.
Redes sociales al servicio de la Ultraderecha
En esta campaña, empresas como Cambridge Analytica cosecharon datos de millones de usuarios de Facebook para crear perfiles psicométricos, lo que permitió diseñar mensajes que explotaban los miedos individuales de los votantes.

Tras el triunfo electoral de Trump en 2016, la ingeniería de datos se combinó con teorías conspirativas como Pizzagate y QAnon, logrando una internacionalización de las teorías conspirativas y, más importante aún, del manual y estrategias de la ultraderecha.
La teoría QAnon saltó de los foros oscuros a Facebook, ganando millones de adeptos en Europa y Latinoamérica.
El “Gran Reemplazo”, una teoría conspirativa de origen francés, fue adoptada como eslogan por neonazis y legitimada en cadenas mediáticas mainstream.
En Brasil, el bolsonarismo envenenó WhatsApp con bulos sobre un “kit gay”. En Myanmar, la propaganda en Facebook allanó el camino para un genocidio.
El vínculo entre el odio digital y la violencia real también tuvo consecuencias letales: Anders Breivik en Noruega y Brenton Tarrant en Christchurch actuaron inspirados por este fanatismo en línea, lo que los llevó a cometer asesinatos masivos.
Sus crímenes ilustran una verdad aterradora: las milicias digitales no solo intimidan; también matan.
Del odio a la Inteligencia Artificial
Detrás de este fenómeno hay una caja de herramientas bien financiada: La microsegmentación que permite crear mensajes que explotan vulnerabilidades emocionales; los ejércitos de bots que generan una ilusión de apoyo mayoritario y saturan el debate; los memes virales que simplifican ideas complejas y las hacen digeribles.
Y ahora, la inteligencia artificial abre un nuevo frente con deepfakes y chatbots que generan discurso de odio a escala industrial.
El impacto en nuestras sociedades es profundo y corrosivo: términos xenófobos y machistas saltan de los foros a los parlamentos; la confianza en la academia y la ciencia se erosiona día a día.
Además, somos testigos cómo se justifican políticas autoritarias y se recortan derechos concretos alrededor del mundo, desde el aborto en Estados Unidos hasta las libertades del colectivo LGTBI+ en Hungría.
La lección es clara: la tecnología no es neutral, sino que es un campo de batalla, y si no defendemos activamente el espacio digital con educación, ética y solidaridad, la máquina de la ira ultraderechista seguirá cobrando fuerza.
El desafío es defender la democracia con las mismas herramientas que usan ellos: con coordinación y una clara conciencia de que esta es la batalla cultural de nuestro tiempo; por lo que resulta imprescindible disputar también el lenguaje, la emoción y la información.
Por Ernesto Ángeles
Fuente: https://infodemia.mx/entrada/8412